jueves, 27 de febrero de 2014

LLEGA LA PRIMAVERA.

Paseaba por un pueblo donde llegaba la primavera. Las golondrinas volaban bajo, armando algarabía, por las calles del pueblo. La tranquilidad se reflejaba en lo pausado de los pasos y en el caudal del río. Las aguas estaban quietas, llegaban a la mar sin sobresaltos. El sol iba cayendo poco a poco. La luz se anclaba suavemente a la piel, aferrándose con delicadeza a los lunares de su espalda. Las azoteas, orgullosas, relucían entre las brisas de mayo. Las ventanas se abrían de par en par y los árboles se alzaban a su paso. Las palmeras, a la vera del río brillaban, altas y fuertes. Las macetas eran los perfumes de las calles, las terrazas y los balcones fueron torres atalaya que esperaban su llegada. La mar fue el espejo donde poder maquillarse con los colores del atardecer y el viento fue la señal, la señal de que de nuevo llegaban las sonrisas entre soles y brisas, el pregón que anunciaba los besos bajo el sol, la alegría del corazón.
Boceto para azulejos I, Guillermo Pérez Villalta.

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