miércoles, 5 de febrero de 2014

LA JOVEN Y EL BALCÓN.

Asomaba por su balcón, era pálida y tímida, pero allí estaba, desnuda, mostrando su cuerpo a la calle y a las macetas que la decoraban. No pronunció palabra, estaba callada. La gente la miraba, pero seguía adelante, corriendo, con sus cosas y su estrés. El sol la bañaba, pintando su palidez en un anaranjado suave, con diferentes tonalidades. Sus manos estaban apoyadas suavemente sobre la reja y sus pies descalzos estaban fríos. Un joven que paseaba, con su maletín y su sombrero. Se paró en aquella marea de gentes, que no cesaba y que inclinaban sus cabezas al pasar bajo el balcón. Él se paró, levantó su cabeza y se sentó sobre un bordillo a observarla. Ella se percató de la presencia del joven, que mantenía un rostro serio y curioso. Se quitó el sombrero y lo puso a un lado. La gente seguía pasando por allí, sin mayor atención ni morbo que el de dirigir una mirada al balcón  que duraba no más de un instante.
Llegó la tarde, y todo seguía igual, ella en el balcón, él en el bordillo con su maletín en el regazo y el sombrero a un lado, y la gente que seguía transcurriendo por la calle. El sol se ponía, y con él, la pálida piel de ella se convertía en un tenue fluorescente y la calle se quedaba más solitaria. Llegó el momento en el que se quedaron solos, intercambiando serias miradas, la de ella con más miedo y timidez, pero seria al fin y al cabo. Se apagaron las farolas y las pocas ventanas que podían desprender algo de luz de su interior. Entre las sombras ella vio como él se levantaba, se colocaba el sombrero y sacaba de su maletín una rosa, que colocó bajo el balcón. Levantó la mirada por última vez y con una sonrisa y una inclinación del ala de su sombrero, se despidió de la joven, que sin sonrisa si no con llanto, lo despidió. 
Balcón, Albert Rafols Casamada.

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