domingo, 12 de enero de 2014

ILUSIÓN DE VERANO.

Un bonito sauce se emocionaba. Unos niños jugaban a su alrededor, sin camisetas, niños y niñas sin camisetas, eran libres. Jugaban con unos cubos de agua, el sol calentaba sus espaldas y sus voceríos y carcajadas se podrían oír al otro lado del mundo. Llegó la madre de uno de ellos, en una mano llevaba una cesta llena de bocadillos, en la otra mano un cigarro a mitad de consumir y en el hombro unas cuantas toallas. Esto significaba ir a la cala que había cerca de aquella casa del sauce. Iban solos por el camino de tierra y arbustos, iban felices, hablaban de sus cosas. Iban subiendo la gran duna que había justo al empezar la playa. Llegaron a la cima de aquella duna, estaban colocados en fila en paralelo a la orilla, al fondo, una puesta de sol que bañaba de naranja y violeta toda la cala. El niño que portaba la cesta con los bocadillos la soltó. Todos miraban entusiasmados pero con cierta seriedad aquel espectáculo. Una cala solitaria, aquella puesta de sol, las siluetas de aquel grupo de ilusión y esperanza, la fresca brisa que erizaba sus vellos. Se empezaron a mirar entre ellos, soltaron las pocas pertenencias que llevaban, se les dibujó a todos una gran sonrisa en la cara y de repente, al unísono, comenzaron velozmente a bajar por aquella duna, corriendo, dando volteretas, saltando... Llegaron a la orilla y comenzaron a salpicarse entre ellos, a hacerse zambullidas, a nadar y bucear en aquella balsa de aceite. Cuando estaban cansados, aun no había terminado de ponerse el sol, y subieron a la duna, a sentarse en las toallas y contemplar el último sol del verano. Alguna risa se convirtió en lágrima, y todos se abrazaron cuando el último rayo de sol se fundió en el horizonte con el gran océano. Terminó el verano, con una cesta llena de bocadillos y unos niños llenos de emoción, libertad e inocencia. 
Puesta de sol, Nicanor Piñole.

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