domingo, 12 de enero de 2014

EL POETA.

El poeta dejó de ser un viejo, con gafas y barbas, marginado por las gentes y un tanto loco. El poeta ahora tenía que mimetizarse con la sociedad, para ser un genio de entre ellos, para escribir versos que fueran comprensibles, emocionantes y sorprendentes a la vez. El poeta dejó de escribir en torres de cristal para escribir en las plazas, en la calles, en las tiendas, allí donde hubiera gente. El poeta dejó de escribir sobre dragones y princesas, sobre lugares que nunca existieron, sobre personas imposibles. El poeta fue hombre, y fue mujer, pero seguía siendo un genio, en ocasiones incomprendido (por aquello de la genialidad) y otras, querido. El poeta, fue poeta del Pueblo, y fue a la guerrilla con él y sangró, sufrió, venció, perdió y murió con el Pueblo. Se fue con el Pueblo, pero volvió de su mano. El poeta murió, encarcelado y marginado, pero no por el Pueblo. El poeta murió, pero el Pueblo vivía para recitar todos aquellos versos en las plazas, las calles y allí donde hubiera Pueblo. El poeta murió, pero el Pueblo seguía atento, con los fusiles en pie y sus versos en el viento.
Retrato de Miguel Hernández, Antonio Buero Vallejo. 

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